martes, 14 de abril de 2009

90 Aniversario del asesinato de Emiliano Zapata: 99 años de vida del zapatismo.

Emiliano Zapata Salazar nació el 8 de agosto de 1879 en San Miguel Anenecuilco, municipio de Ayala en el Estado de Morelos. El llamado Caudillo del sur, fue hijo de Gabriel Zapata y Cleofas Salazar y moriría el 10 de abril de 1919 en la hacienda de Chinameca, Morelos.

La muerte de Zapata estuvo marcada por la traición al igual que otros caudillos de la revolución mexicana. Después de la derrota militar de Francisco Villa por Álvaro Obregón, las tropas carrancistas se concentraron contra el Ejército Libertador del Sur y en ese contexto el coronel Jesús Guajardo, siguiendo órdenes del general Pablo González y Venustiano Carranza, fingió unirse a Zapata, por lo que entraron en negociaciones, hasta que finalmente el 10 de abril acordaron conferenciar y sellar la alianza en la hacienda de Chinameca. A pesar de algunas advertencias de una posible traición, Emiliano Zapata y diez de sus hombres asistieron a la sita, pero después de que les presentaron los honores correspondientes fueron acribillados.

El problema agrario en el país es muy antiguo y el movimiento zapatista no ha sido el único que proclama su reivindicación, pero sí es el más importante por sus alcances y por el contexto en el que le tocó nacer y desarrollarse. Podemos mencionar que en 1909 Zapata fue designado por los ancianos de Anenecuilco como representante de la Junta de Defensa y que se sumaron al movimiento revolucionario apoyando el Plan de San Luis de Francisco I. Madero, pues en su artículo tercero se hablaba de la restitución de tierras a los pueblos que las hubiesen perdido, por lo que a través de la revolución vieron la oportunidad legal de luchar por su causa.

Sin embargo, con la firma de los Tratados de Ciudad Juárez (mayo de 1911), que estipulaba la salida de Porfirio Díaz del cargo de presidente de la república y lo que significó el triunfo del movimiento encabezado por Madero, se cancelaban también muchas de las demandas que el propio Plan de San Luis había prometido a los revolucionarios. Así pues, los zapatistas siguieron enfrentando a los gobiernos de Francisco León de la Barra, Francisco I. Madero, Victoriano Huerta y Venustiano Carranza.

En este sentido es fundamental entender la diferencia entre los dos líderes, para Madero la solución de los problemas del país radicaba en conseguir libertades democráticas, para Zapata era que la ley se respetara y se aplicara para lograr la restitución y repartición de tierras y aguas; en tal sentido Adolfo Gilly dice que el Plan de Ayala, “fue el acta de nacimiento del zapatismo”[1].

Dicho plan fue publicado el 25 de noviembre de 1911 y se convirtió automáticamente en el documento que le dio la base ideológica que necesitaba el movimiento, entre sus artículos más importantes podemos mencionar al 6º: “los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la justicia venal, entrarán en posesión de esos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos, correspondientes a esas propiedades, de las cuales han sido despojados por la mala fe de nuestros opresores, manteniendo a todo trance con las armas en la mano la mencionada posesión [...]”[2]. Destaca también el articulo 7º: “En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos no son más dueños que del terreno que pisan, sufriendo los horrores de la miseria sin poder mejorar en nada su condición social ni poder dedicarse a la industria o a la agricultura, por estar monopolizadas en unas cuantas manos las tierras, montes y aguas; por esta causa se expropiarán previa indemnización, de la tercera parte de esos monopolios a los poderosos propietarios de ellos, a fin de que los pueblos y ciudadanos de México, obtengan ejidos, colonias, fundos legales para pueblos o campos de sembradura o de labor y se mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos.”[3]

Es cierto que el movimiento zapatista careció de un programa nacional y que su fuerza y debilidad radicaban en su localía relacionada a Morelos y zonas aledañas a este Estado, sin embargo, fueron fundamentales sus contribuciones militares para la derrota de los porfiristas y después los huertistas, pero mas allá del aspecto militar, el zapatismo aportó de una manera central las demandas agrarias que representaban un serio reto para el país, por eso el Plan de Ayala y toda su sencillez representan, tal como lo dice Arnaldo Córdova en su libro La Ideología de la Revolución Mexicana: “un puente tendido hacia los desposeídos del país, una promesa hecha para no quedarse solos con su problema; era la entrada del zapatismo en el escenario nacional, la adopción de una bandera nacional, para hacer posible y legitimar una demanda esencialmente local.”[4]

Podemos mencionar que las peticiones zapatistas significaron una reacción contra las tendencias iniciadas por los liberales a mediados del siglo XIX quienes buscaban un modelo socioeconómico y político evidentemente liberal y capitalista, por lo tanto, la transformación del sector agrario mediante la fragmentación de la tierra era determinante. Por tales motivos se dictaron las Leyes de Reforma, y en concreto la Ley Lerdo, que prohíba la posesión de grandes extensiones de tierra para la Iglesia, pero también para corporaciones civiles, esto asestó un golpe sustancial a las tierras comunales campesinas. Esta labor iniciada por los liberales fue continuada durante el porfiriato.

Si bien los gobiernos posrevolucionarios dieron cierta importancia al tema de la repartición agraria mediante el sistema ejidal, ésta normalmente se hizo de una forma muy burocratizada y sujeta a manipulación política, y para 1992 el entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, dando continuidad a los modelos neoliberales impulsó la fragmentación de los ejidos, abriendo de nueva cuenta el fortalecimiento del capitalismo nacional y extranjero en ese rubro, situación que llega hasta nuestros días y que no solamente la rama de la agricultura lo ha resentido, sino cada mexicano que no cuenta con un pedazo de tierra propio, dando como resultado la monopolización de la tierra por unos cuantos.

Casi de forma inmediata al asesinato de Zapata, mucha gente de su momento creyó firmemente que el que había muerto en la hacienda de Chinameca no era Emiliano, y entonces inició la leyenda de que Zapata volvería pronto. Un hombre por si solo no crea un proceso histórico y la intención no es dar el crédito solamente a Emiliano Zapata, sino que, éste personaje estuvo apoyado por miles de campesinos, en su mayoría anónimos. Para este año 2009 y para los que vengan, se seguirá hablando de Zapata y el zapatismo, pues las demandas de tierra, atención al campo mexicano y el respeto a la Constitución siguen y seguirán latentes. A estas demandas le podemos agregar las necesidades de reconocimiento a los sectores indígenas a partir de 1994 con la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), aunque este aspecto no fue propuesto por el zapatismo revolucionario, perfectamente lo podemos enmarcar como una necesidad eminente de un México multicultural.

En el marco de los festejos del Centenario de la Revolución Mexicana, no basta seguir alabando y repitiendo el discurso oficial que se ha venido tejiendo desde el triunfo revolucionario, sino que es un buen momento para hacer un balance crítico de lo que se ha logrado pero también de lo que se ha desvirtuado y de los retos y obligaciones que tenemos como sociedad y gobierno.



[1] Gilly, Adolfo. La revolución interrumpida, México, 1910-1920: la guerra campesina por la tierra y el poder, Ediciones El Caballito, México, 1979, p. 57.

[2]Plan de Ayala, anexado por Arnaldo Córdova en La ideología de la Revolución Mexicana: la formación del nuevo régimen, 10ª edic., Editorial Era, México, 1982, p. 437.

[3] Ibid.

[4] Op cit, p. 150.

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